viernes, 27 de mayo de 2011

UNA NOCHE XILOFÓNICA

      (Evocación agradecida del Concierto de Percusión, del Grupo del Conservatorio de León, ofrecido el día 22 de julio de 1988, a las diez de la noche, en la iglesia parroquial de Boñar y dentro del programa de actos de la 1ª Semana Cultural, organizada por la Consejería de Cultura del Ayuntamiento).

     Era una noche estrellada y de calma chicha, dentro del apretado, denso programa de la Primera Semana Cultural fabricada por nuestros munícipes. Casi superados los amargos instantes familiares, encaminé mis pasos hacia el recién bautizado "auditorio de la iglesia parroquial", sin presentir siquiera que la sorpresa iba a ser de las que dejan huella en el hondón del espíritu. Media nave central del magno templo se hallaba prácticamente "invadida" por modernos artilugios instrumentísticos. Todo estaba dispuesto para el concierto de percusión a cargo del Grupo del Conservatorio, magníficamente llevado por su fundador y director, Agapito Toral.
     El público, en número reducido a las diez de la noche pero amplio y entusiasmado poco después, reaccionaba con ojos de asombro ante los sofisticados instrumentos musicales.
     Personalmente, debo confesar que no me considero un músico (en el sentido técnico del término), sino un melómano un tanto autodidacto, con leves y lejanos antecedentes de conservatorio. Sirva ello para excusar esta mi emocionada evocación musical; no se me juzgue como a un especialista de crítica musical, más bien como a un enamorado del arte sonoro, sin aureolas académicas.
     Aclarado lo anterior, los motivos que me mueven a recordar tan inolvidable momento son muchos y, si se quiere, apasionados; no puedo ser imparcial, aunque lo intente. Entre los intérpretes, figuraba un antiguo alumno de bachillerato, Carlos Sánchez Mantecón, cariñosamente vitoreado por sus compaisanos a lo largo de todo el concierto, y que correspondió al cariño de "los suyos" con la propina final, en solitario, deleitándonos con la pieza Asturias (de Albéniz).
     Sin embargo, no pretendo elogiar el protagonismo (interesado, pero merecido) de Carlos, sino la maravillosa entrega y vocación de todo el grupo de jóvenes instrumentistas, celosamente guiados por la exquisita sensibilidad y embeleso de Agapito. Quiero pensar en las innúmeras horas que quedan detrás de vuestra actuación pública, hasta llegar al virtuosismo y dominio de los instrumentos, que habéis evidenciado durante el concierto. En medio del silencio sobrecogedor (rogado un instante por Luis Alberto a la ruidosa audiencia del vetusto coro de las barandillas), todavía perdura en mi retina vuestro deambular de xilófono en xilófono, de éstos a la batería o los timbales y otros "chismes" con sabor a música brasileira o sudamericana. Permitidme que os describa, metafóricamente, cual abejas humanas libando con delicadeza el agradable néctar de melodías clásicas y actuales. Vuestro contínuo intercambio de instrumentos iba embebiendo al auditorio maduro, haciéndole progresivamente más aficionado al bello arte de la "euritmia". Los mazos (así supongo que los llaméis), y a veces los dedos, acariciaban con mimo las teclas de madera o metálicas, que filtraban sus notas hacia los tubos inferiores, cuyo eco rebotaba melodioso contra la alta bóveda del crucero eclesial. Probablemente, el local no reuniese las condiciones más idóneas; no obstante, puedo aseguraros que conseguisteis hacer vibrar intensamente nuestras fibras musicales, y que los aplausos no eran de cumplido, sino de agradecimiento sentido y sincero.
     ¿Y qué voy a decir del repertorio? Todas las piezas seleccionadas se ejecutaron con auténtica profesionalidad, con plenitud de "contrastes rítmicos, tímbricos y melódicos" (cito vuestro cuadernillo de presentación). Si acaso, debo destacar como más pegadizas y conocidas por el vulgo: Guillermo Tell (de Rossini), el Sombrero de Tres Picos (de Falla), Caballería Ligera (de F. Van Suppe). En cuanto a brillantez y dificultad de ejecución: Aquelarre (de Roberto Campos/Fabra), Czardas (de V. Monti), Xilofonía (de Joe Green) y Poeta y Aldeano (de F. Van Suppe). Sin olvidarme de la Danza Nº V (de Granados). En fin, un menú variado que engolosinó nuestro espíritu durante casi dos horas nocturnas, anunciando plácidamente la madrugada del veintitrés del julio veraniego y loquillo.

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