martes, 5 de julio de 2016

LA "INGENUIDAD INFANTIL" FRENTE A LAS "MANÍAS DE LOS ADULTOS"













Tres fotos de mis nietos

       Sin lugar a dudas, de pequeños somos "un cielo"; de mayores, oscilamos entre "un purgatorio" o "un infierno". Con el paso de los años, nos van dominando los complejos y los prejuicios, pues éstos crecen como la mala hierba por doquier. Sería conveniente retornar de vez en cuando a nuestra INFANCIA para reflexionar serenamente y extraer las consecuencias prácticas. Recordemos aquello de... "si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". Los valores de la infancia constituyen toda una filosofía de vida.

       Coincidiendo con el tema que nos ocupa, y bajo el título de PREJUICIOS, Álvaro ha subido a su columna LA LIEBRE un artículo muy oportuno y ocurrente. Le cedo, pues, a él el uso de la palabra.


MARTÍN y MATEO

      
       "¿A que dos chicos no se pueden casar?" Me lo pregunta Mateo mientras compartimos confidencias en la cama, en ese rato antes de dormirse en el que intento apretar el vínculo al que agarrarme para poder recordarlo cuando ya no necesite que le coja de la mano. Me lo suelta de repente, nariz con nariz, con las respiraciones al unísono, después de darme un beso en la boca que le abre la sonrisa enorme que intuyo por la forma en la que se le comban las esquineras de los ojos. "¿A que no?", insiste, no sé todavía si como un reto, a la espera de la respuesta que no llega. Gano tiempo mientras le peino el flequillo hacia atrás para advertir, como cada día, que es una de las personas más hermosas que he visto en mi vida.  "¿Por qué no?", me defiendo, casi en retirada, para encontrar el hueco por el que se le ha colado la duda que desliza en el momento de más intimidad. "¿Quién te ha dicho eso?", porfío un poco más. "Un amigo de la guarde", remata mi hijo pequeño, asomado a la inteligencia curiosa con la que descubre el mundo desde la terraza de sus cuatro años.

       Me quedo desconcertado, en  medio de los prejuicios que me comen sin que los note, como una presencia incómoda, como todos esos renuncios en los que nos pillamos a diario sin poder renegar de nosotros mismos, hasta que venzo el silencio. "Pues sí que pueden, por supuesto", sentencio, avergonzado del instante dubitativo en el que he querido dejar en suspenso la pregunta, con el riesgo de que se le pudriera dentro poco a poco y pudiera convertirse en un prejuicio suyo que arrojar por ahí como un arma.

       Porque yo sí que lo he hecho, lo confieso. Sí que he mirado con desdén a los raritos de la pluma, he reído los chistes sobre el mariquita del colegio para alinearme con los machotes y he apartado la vista en un reflejo inconsciente cuando he encontrado a una pareja del mismo sexo en un beso en medio de la calle, sin darme cuenta de que el problema es mío. No he entendido hasta después que la normalización no tiene nada que ver con expresiones hipócritas del tipo "yo también tengo amigos gays", como si fueran un salvoconducto frente a la estupidez, ni concesiones gratuitas de izados de bandera arcoíris sin planes complementarios de lucha contra la homofobia desde la escuela. La normalización es que cada uno pueda ser lo que quiera sin que el resto dude por qué."



Con MATEO en el Jardín de El Cid (León)

       


2 comentarios:

Beatriz Basenji dijo...

Las inquietantes preguntas de nuestros peques! Creo que todos los padres hemos pasado por ello, cuando están entre los 7 y 8 años y oyen a sus amiguit@s confidencias que no saben interpretar. Luego atesoramos la anécdota, en ese cuaderno que algunas mamás vamos escribiendo con el deseo que nunca se nos olviden aquellos maravillosos dias de la infancia de nuestros hijos. Cordiales saludos.

Pedro Caballero Rodríguez dijo...

BEATRIZ: Comparto plenamente tu opinión. Gracias por asomarte a mi blog y... saludos cordiales.